sábado, 7 de febrero de 2009

TRIO

Esa tarde de domingo, Raúl y Elena estaban sentados frente a la pantalla de un cine que ostentaba una reputación bastante ligera. En él sólo se exhibían películas de corte triple equis, pero su fama no se debía a su alto contenido erótico que llenaba la sala con sus formas desnudas y sus quejumbrosos sonidos, sino más bien al grupo humano que aterrizaba impostergablemente al estreno de una nueva cinta. Como siempre, se encontraban entre sus filas una variedad de adictos a la masturbación que se ocultaban sigilosos entre la oscuridad y una sonoridad elevada.
Raúl y Elena habían encontrado una forma de revitalizar el amor rutinario a través de la imitación de tan gimnastas modelos. Habían luchado durante varios años con los prejuicios y la moral heredada.
Todo comenzó una noche en que Elena se sintió presa de un ataque de celos por un concurso de belleza que estaban presentando por televisión. Su pareja había expresado un erótico comentario acerca de una candidata. Entre rabias y gritos Elena se percató de que en la intensidad de sus celos existía oculta una cuota semejante de placer; parecía que mientras mayores eran sus celos, más deseos sexuales crecían en ella. Conversó con su pareja y al captar que algo inusual se estaba revelando se entusiasmaron en sacarle partido. Esa noche se amaron como nunca, mientras los destellos de una nueva reina se perdía en el lecho.
Así fue como desembocaron en ese cine. En su pantalla todas las imágenes se veían más grandes, más nítidas e intensas y el ambiente que se filtraba por entre las butacas no concedía lugar al frío.
Esa tarde al terminar la película, la pareja pasó a comer a un negocio de comida rápida y entre hamburguesas y sorbos de bebida planificaron en murmullos cómplices la gestación de un nuevo elemento de placer, uno aún más adictivo: una tercera persona. El candidato, una mujer por supuesto, para que en Elena los celos alcanzaran una intensidad máxima versus placer. A Raúl definitivamente la idea lo obsesionó, no imaginaba mayor éxtasis que ver a Elena como una hembra desesperada por él.
Pasaron algunos días y los dos se dieron a la minuciosa búsqueda de la tercera. Entre las amigas de Elena no era posible, con las compañeras de oficina de Raúl tampoco, podría costarle el puesto. Una mañana de domingo se encontraban revisando el periódico en la sección económica en búsqueda de unos muebles y casualmente se toparon con una serie de avisos publicados de la siguiente forma:

Se ofrece pareja para intercambio.
Celular: 9-334267

Se ofrece hermosa mujer, joven,
curvilínea, para realizar tus más
codiciadas fantasías.
Celular: 9-232348
Preguntar por Cati.

No siguieron leyendo, se detuvieron en el aviso de Cati, nombre que resonó como el de una conejita Playboy. Sin discutir más el asunto, tomaron el teléfono, Raúl discó ansiosamente el número y preguntó por Cati. En una conversación rápida y directa, él le hizo la propuesta de participar junto a su pareja en esta aventura. A Cati le pareció que podría ser una interesante experiencia, porque siempre había estado sola con hombres. Así se pusieron de acuerdo y concertaron el día y la hora.
Raúl y Elena celebraron esa tarde con un abrazo apasionado que duró hasta el anochecer.
Y llegó al fin el esperado día. Sonó el timbre de la casa. Elena estaba muy nerviosa, así que Raúl atendió la puerta, y en ese encuentro se quedaron mirando como si desde ese instante se hubiese iniciado un rito sexual. Cati era una mujer muy deseable, pensó su anfitrión, poseía una bella figura, era más bien de contextura gruesa pero torneada envidiablemente; su rostro era juvenil, de labios gruesos y un pelo largo café oscuro con reflejos caoba; sus ojos eran de color miel muy vivos, se diría que hasta ansiosos de nuevos cambios. Parecía ser un acierto. Cati entró a la casa y Raúl la condujo por el recibidor hasta la sala de visitas. En ese momento el hombre llamó a Elena, quien apareció con timidez. Raúl se apresuró en presentarle a la visitante. Ambas se miraron curiosamente. Ninguna de las dos tenía experiencia de ser amante de otra mujer. Elena era una mujer más corriente, bastante delgada, se diría que un poco desgarbada aunque de rostro muy dulce. Ella sintió celos de inmediato, pero se sobrepuso pensando que era lo que más deseaba, probaría sus celos versus placer hasta quebrantar sus propios limites.
Conversaron un momento e hicieron los acuerdos preliminares acerca del tiempo, los servicios que la mujer ofrecía y el costo. Terminados los arreglos preliminares, decidieron dar paso a su primera experiencia de trío. No había nada más qué hablar.
Entre celos, pudores y timideces la primera vez no fue tan placentera ni tan nutrida de escenas obscenas, pero quedaron de acuerdo para un segundo intento dentro de esa semana.
Pasó el segundo intento y luego vino el tercero y así sucesivamente. Llevaban casi un año con encuentros dos veces por semana, había pasado por ellos tanto goce, tantas inhibiciones exorcizadas, el sexo había sido una adicción incontrolable pero como todo en algún momento vuelve a su equilibrio, llegó de a poco la calma. Elena se había despedido hace algunos meses de los celos, Raúl tampoco dependía del placer de Elena para estar más estimulado y Cati ya no era sólo un objeto de placer sino un miembro más que se había incorporado a la pareja.
Definitivamente Raúl se encontraba muy confundido. Él amaba a Elena pero también había comenzado a amar a Cati. Elena por su parte descubría que su placer ligado a los celos no era más que una tendencia homosexual aprisionada por una cultura intransigente y ya no estaba segura si deseaba a Raúl. Se sentía atraída intensamente por Cati y Cati se había enamorado del lugar que ocupaba Elena. Cuánto deseaba tener un hogar, una pareja que la cuidara y una vida normal, pero el trío se había introducido por un camino en que ninguno concretaría su proyecto de vida.


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