jueves, 19 de febrero de 2009

LA LÁMPARA DE ACEITE

Bajo el sol del mediodía, un senderillo de angosta figura se abrazó al posesivo calor retenido en el aire. A unos pocos metros de distancia, recorría unos surcos húmedos, un turbio canal de regadío; alimento insaciable de los viejos sauces. La maleza dormitaba al son del susurro esparcido por la brisa y unas manos de labores y grietas, se entrelazaron y se cortejaron bajo la presión sudorosa.
De pronto la quietud del campo estalló.
- ¿Quiénes son ustedes? Preguntó de un salto, el hombre asustado.
- ¡ Levántense y pongan sus nalgas perezosas a caminar! - Respondió una voz áspera y ronca.
- ¡Juan!, susurro la mujer, ¡mejor es hacer lo que ellos dicen! Y se fueron a prisa, presionados por unas varillas que el hombre les enterraba en sus espaldas. Los matorrales apretados que cubrían el sendero, iban a la par tatuando las curtidas piernas descubiertas. Así fueron conducidos hasta un establo abandonado.
- ¡Entren! Les gritó un hombre gordo, de bigotes delgados y de un empujón los mandó a aterrizar sobre el heno esparcido en la tierra. Cercano a la puerta se encontraba un banquillo y sobre él, se vislumbraba una empolvada lámpara de aceite, con su mecha blanca y el interior vacío.
- ¡Acuéstate! Levantó la voz una mujer de aspecto desgarbado, al ver que Juan, comenzaba a reincorporarse de su inevitable caída. En ese instante, el hombre de bigotes, dio un salto inesperado y se abalanzó sobre él, propinándole un certero golpe que lo dejó sin sentido. El sujeto aprovechó ese instante para abrirle la boca con sus dedos macizos. En seguida puso sus labios sobre los de Juan y aspiró su aliento, hasta el punto en que Juan perdió el color que contiene la vida.
- ¿Qué le hacen a mi Juancho? Gimió la mujer aterrada, mientras el miedo recorrió sus ojos atónitos.
- ¡Cállate! Sentenció la voz cortante, que estaba junto al agresor. Y le clavó una mirada amenazante.
La mujer lloró y se desvaneció.
Juan se había quedado dormido a los segundos, los minutos, a la vida.
El hombre de bigotes se puso entonces de pie y acercándose con cuidado a la lámpara de aceite, la tomó entre sus manos insidiosas y puso sus labios sobre la boca de la botella para insuflar en su interior, el aliento extraído. A medida que lo iba depositando dentro de la vasija, esta se fue llenando de un líquido aceitoso color ocre. Seguido, su compañera sacó del bolsillo de su pantalón, una caja de cerillos y prendió la mecha. Ambos contemplaron satisfechos el resplandor de la luz.
Después de un rato, salieron del viejo establo y se fueron caminando bajo sol por el campo hacia los cerros.
La mujer abandonada, le lloró al establo, le lloró a la tierra confundida con el heno y al cuerpo tan amado de Juancho, que tantas veces le había cantado coplas, bajo las sombras de los viejos sauces.
Mientras la mecha permaneciera encendida, Juan aún estaría de alguna manera junto a ella.


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LA BAÑERA REDONDA


Era verano, el calor se hacía insoportable, mientras Renato se refrescaba en una bañera redonda. Ahí dejó que su cuerpo se diluyera en el agua con libertad, aunque su mente recorría sin tregua las obligaciones cotidianas que acapararon la totalidad de su tiempo. Tantos años de estudio, exceso de trabajo y una responsabilidad asfixiante lo acobardaba en sus secretos más íntimos.
La familia siempre le exigía un sueldo el veintiocho de cada mes; y no podía haber contratiempo. A su mente no le era permisible un derecho a vacaciones. En su campo laboral, el mundo dependía de él. Si hubiese existido un momento de distracción, otro habría ocupado su puesto. No quedaba espacio para los sueños y la fantasía, para el poeta o el místico. El tiempo se desgastaba entre papeles, llamadas, citas, estrategias y de vez en cuando un abrazo sexual a su mujer, en seguida un beso, media vuelta en la cama y un “buenas noches, tengo sueño”.
Así transcurrían las horas y los días.
En un pabellón de parto de ese intenso verano, una joven mujer gemía.
- Puja niña - dijo una experimentada matrona, - puja, puja, que ya viene. ¡Pero si es un niño! – Y se escuchó el llanto de un recién nacido.
-¿ Y cómo se llamará tu hijo?
La joven mujer le contestó con la voz aún muy débil – Renato, Renatito- y entonces lloró junto a su niño recién parido, que desde su primer respiro comenzó el olvido de su tibia bañera redonda.



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miércoles, 11 de febrero de 2009

LA AMIGA


A veces Pilar se cuestionaba acerca de lo curioso que pueden llegar a ser los seres humanos en esas tantas idas y venidas que transitan la vida con sus aparentes casualidades. Recordó el día en que se encontró con la Guillermina Pérez, hace ya unos cuantos años atrás en Fort Lauderdale, Florida. Ahí estaba ella con un par de amigas atareadísima en compras de cursilerías finas con el fin de importar exclusividades para su selecta clientela. Ella obtenía al parecer un buen dejo de ganancias lo cual le resguardaba un pasar bastante digno para una mujer separada, con dos hijos que mantener y un ex marido económicamente ausente.
Según recordaba, la Guille fue la única confidente que tuvo durante la adolescencia hasta terminar la educación escolar. Después llegó el verano y se perdió todo contacto cuando su padre fue trasladado a Iquique. Volviendo atrás, aquel encuentro en Florida fue una coincidencia emocionante; era la segunda vez que se topaban por esas tierras lejos de la patria. Se abrazaron interminablemente e intercambiaron unos minutos de conversación. Ese día, Pilar se quedó con la sensación que a su amiga la vida le sabía perfecta, sus proyectos financieros estaban en su mejor momento y eso era suficiente para llenar cualquier espacio y expectativa que la Guille tuviera sobre sí misma. Era, según sus propias palabras, una mujer triunfadora y feliz.
Hace un año atrás se volvieron a encontrar. En esa ocasión la sorpresa se presentó en una consulta médica. Ahí estaba la Guille nuevamente, con su clásica figura, su desplante y esa arrogancia de buena cuna y esa voz profunda y grave que no le autorizaba pasar inadvertida. Por cierto nunca se llamaron ni hubo intento de hacerlo, tampoco existió la más mínima recriminación por ello. Se saludaron ese día como cada encuentro. Mucha era la casualidad, aunque Pilar para ser franca parecía no creer en ellas. Tampoco era el momento de pensar en eso, el instante sólo acogía la resonancia de los abrazos, los besos, las miradas de reconocimiento y de vuelta a los abrazos y a los besos. Después de aquel primer impacto, entablaron una íntima conversación, la figura principal del diálogo fue la Guille con sus altos y bajos. Ese día se ubicaba en el bajo, -las cosas ya no marchaban como antes-, las ventas y los viajes no eran posibles por una enorme deuda impaga y el tiempo de abundancia era sólo parte del pasado.
La encontró en esa ocasión con un trajecito de secretaria, un sueldo muy bajo para su estándar de vida y una ilusión desbordante de elevarse nuevamente, su esperanza la escondía en su cajón de escritorio, ahí esperaban unas cartillas de apuestas y juegos de azar. A Pilar le llamó la atención el observar como el futuro de su amiga había dejado de depender de sí misma, de su fuerza interior, de esa seguridad y desplante que en su juventud tanto admiró. - Pobre Guille- pensó. Esa tarde la compadeció y se compadeció a sí misma por observar tal debilidad.
Ya de noche en su hogar, recibió una llamada telefónica. Era Caco, el hijo mayor de la Guille, al que le calculó unos doce años sólo por referencia, no había tenido oportunidad de conocerlo. – Srta. Pilar- le dijo, - soy hijo de la Sra. Guillermina Pérez, ella se siente muy abatida y me pidió que la llamara para solicitarle si puede venir a casa. Necesita conversar con usted urgentemente.
Pilar se vistió con cierta prisa y salió en dirección al domicilio de su amiga. Deben haber transcurrido unos cuarenta minutos cuando presionó el timbre del departamento en un lujoso barrio residencial. Le abrió la puerta un jovencito de pelo colorado que evidenciaba el comienzo de la pubertad.
– Pase, adelante, por acá esta el dormitorio -. Pilar entró con cierta curiosidad y preocupación, se sentó junto a su amiga, le miró los ojos que le parecieron ajenos a la realidad. –Hola, ¿qué te sucedió?- le dijo la recién llegada.
– Pili- contestó la mujer, necesito que me ayudes. Tú ya sabes que he gastado el poco dinero que me quedaba para terminar el mes en las cartillas de juegos, esas que te mostré esta tarde. Después de hablar contigo me ha bajado una angustia tremenda; el dinero que me queda sólo alcanza para mañana y tengo pánico de no tener para mis hijos -. Obviamente esas palabras bastaron para remover el corazón de Pilar que se involucró con rapidez y sin hacer razonamientos. Le tomó las manos y estructuró en el acto un plan de rescate para ayudar a su antigua amiga. Esa noche Guillermina quedó un poco más tranquila al saber que no enfrentaría sola el problema.
Al día siguiente Pilar la acompañó al banco y pagó alguna de sus deudas, luego le compró víveres para una semana y finalmente le hizo un préstamo en efectivo hasta que se arreglaran sus finanzas.
Al poco tiempo volvió a visitar a la Guille y la encontró felizmente recuperada, había renunciado a su puesto de secretaria y se encontraba de vuelta en sus viajes e importaciones de cursilerías americanas. También se enteró que el dinero que le otorgó en préstamo se fue derecho a las arcas de los juegos de azar pero que la suerte la había favorecido con un gran acierto. Después de exponer sus nuevos logros, la Guille se comprometió a devolverle el dinero en dos o tres días a más tardar.
Bueno, el final de este cuento es que Guillermina Pérez después de ese día nunca la llamó y por supuesto no hubo devolución de dinero, pero como se dijo al comienzo de este relato acerca de lo curioso que pueden llegar a ser los seres humanos en esas tantas idas y venidas que transitan la vida y sus aparentes casualidades, las dos amigas se volvieron a encontrar a los pocos meses en un céntrico supermercado, se acercaron y saludaron de forma cotidiana. Pasado los besos y abrazos, Pilar le contó que estaba enfrentando un apuro económico y que hiciera el favor de devolverle a la brevedad el monto adeudado. En ese momento Guillermina la miró de pies a cabeza y le comentó a sus dos elegantes acompañantes, -¡cómo son algunas de estas mujercitas, creen que porque uno las conoce de saludo, tiene el deber de hacerles préstamos y favores para solucionarles la vida, como si para uno fuese regalada! -. Se dio media vuelta y girando sobre sus altos tacones se fue.
Pilar se quedó un rato en ese lugar, pensando en esas extrañas casualidades, en la pérdida del préstamo que hizo y la tremenda vergüenza.



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KARMA

Hace ya bastante tiempo que Juan investiga acerca del proceso de muerte, instante en que una supuesta alma abandona el cuerpo, (él no piensa que sea supuesta, pero siempre se refiere de esa manera para dejar abierta la posibilidad a quien perciba de forma diferente ese momento) en especial aquellas salidas abruptas de la vida.
Con el tiempo, Juan ha llegado a pensar que quienes no caminan en esta existencia con una actitud armónica, son arrebatados súbitamente de la vida en un corte rápido e intenso, pero con una tremenda carga pos – muerte: la confusión. Una desagradable confusión en que dos realidades se mezclan y dan origen a una especie de locura atemporal. Juan sabe que estos cuestionamientos no son propios de este tiempo. Ya antes de la era cristiana, grupos de hermandades secretas y eruditas hablaban de estas experiencias de muerte al abandonar una encarnación con algo pendiente. En fin, a raíz de estas controversias Juan al igual que otros contemporáneos suyos, comienza sus estudios con algunos maestros. De ellos recibe en otras cosas, letras, no cualquier letra, sino letras sagradas, una fuente invaluable de energía llena de alquimia, sabiduría y oraciones. Con ellas se decide a trabajar para elevar a las almas que se encuentran en ese crucial momento. Desde hace años cada mañana el hombre canta sus mantras y ocupa sus letras para conectarse con el ángel que guía a los muertos. Él considera que el problema más difícil de solucionar es el que corresponde a aquellas almas que salen repentinamente del cuerpo. Ciegos de entendimiento, no logran reconocer el camino y vagan por el caos de la confusión.
Hace algunos días Juan tiene una nueva experiencia extra sensorial. Un personaje público es víctima de un infarto cerebral quedando por algunos días con un coma profundo. Juan al mirar su imagen a través de la prensa comprende que a pesar de todas las esperanzas de su medio y cadenas de oración, el joven no tendrá una segunda oportunidad. Al principio se molesta al ver en el rostro del moribundo demasiadas máscaras que no le permitieron llegar a su rostro. A los dos días el joven muere.
Esa tarde mientras Juan aún está ocupado en sus letras, por alguna extraña circunstancia, divisa al joven recién fallecido. Él ha sido transportado a su realidad o viceversa, esto no le queda claro, pero no parece de importancia frente a la sorpresiva situación. Pasado el temor inicial, ambos comienzan a compartir pensamientos; Juan pone a su disposición todo su caudal de conocimiento para hacer entender al joven su estado actual y que debe partir.
Pasan un largo momento juntos en que el fallecido comienza pausadamente a ordenar los últimos acontecimientos antes de morir. Poco a poco su conciencia empieza a relacionar las extrañas vivencias que ha tenido en las últimas horas, hasta que el velo de la inconsciencia queda totalmente descorrido. Es en ese instante que de manera involuntaria son trasladados frente a una puerta y una gran escala (Juan sabe que muchos ya han nombrado la famosa escala, sería interesante para él tener otro elemento más creativo para compartir a su vuelta, pero eso es lo que ve). El joven de pie frente a ella, y ya consciente de su muerte, está listo para comenzar el ascenso. Ahora se le ve radiante, desde arriba hace señas de despedida con su rostro sin máscaras. Juan debe abrir la puerta y salir de ese lugar cuanto antes, él sabe que no pertenece ahí. Para su sorpresa detrás de la puerta y antes de que alcance a salir lo espera una compañera de estudios paranormales que de alguna forma se las ha ingeniado para colarse en ese portal de no tiempo y no espacio. Ella parece estar ávida de conocimiento y poder, obviamente quiere ingresar y registrar esa dimensión. En ese lugar ambos forcejean uno por cerrar y la otra por abrir, mientras en ese no espacio común de muerte se vienen acercando hasta ellos sombras espantosas y deformes. Juan empuja a la mujer con firmeza y alcanza a cerrar justo a tiempo. Desde atrás, las sombras aberrantes le gritan maldiciones. Él se va más tranquilo cantando sus letras sagradas, gracias a Dios, ellas no han traspasado a su mundo y la puerta se desvanece junto a la mujer.



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