sábado, 7 de febrero de 2009

EL PEQUEÑO MÚSICO

Hoy contempla su primera guitarra, una tizona de estudio que cuelga en una muralla del garaje en la vieja casona perteneciente a sus padres. Hace muchos años se había asignado ese lugar como la guarida perfecta para el pequeño músico, que canalizaría su hiper sensibilidad, acariciando cuerdas y notas desafinadas. Sus dedos iban resbalando con torpeza mientras el oído buscaba instintivamente la sonoridad entre aquellas vibraciones que se recogían retorcidas y se introducían por sus tímpanos.
Tanta delicadeza llegó a abrumar a sus padres. Sus manos siempre fueron tan perfectas, su piel extremadamente suave y sensible y sus rasgos, delineaban un rostro como el de una “virgen pura”. Esa búsqueda tan intrínseca de perfección y belleza parecía venir adosada a él. Tanto, que desde su nacimiento, su condición enfermiza extremaba esa delicadeza. Una terrible apnea parecía amenazar un futuro brillante. Todo era prolijo a su alrededor, se cuidaba exageradamente cualquier detalle que pudiera gatillar una nueva crisis. El niño creció resguardado y con el pasar del tiempo los padres se culparon de dar al hijo una existencia tan frágil, donde el pequeño músico se hizo astutamente consciente y consentidor de ese agradable tránsito. Allí aprendió a amar a su madre más allá de lo impensable. El temor materno no permitió que estuviera al cuidado de otra persona y su identificación sexual se compenetró cada vez más con ella.
A los siete años, la música pareció enloquecerlo de placer y sus padres decidieron encauzar su tendencia afeminada para darle forma y cabida a través del arte. Tal vez así su desviación no alcanzaría a llenar todos los espacios de su vida. El pequeño músico avanzó rápido en su estudio clásico, y se conectaba a un verdadero éxtasis sensorial cuando era capaz de reproducir sin error aquellas hermosas partituras que le enseñaba su maestro. Tempranamente llegó a sugerir de ellas un nuevo estilo de interpretación, el suyo, e iba construyendo cada vez más seguido, originales variaciones hasta alcanzar nuevas creaciones; nuevos horizontes musicales.
Hoy sentado en los escalones que conducen de la cocina al garaje, echa un vistazo a tanto recuerdo nostálgico. Su padre permanece en el segundo piso llorando con abatimiento a su esposa que yace muerta hace unos quince minutos en el lecho matrimonial. El cáncer no dio tregua a ningún tratamiento.
El músico, que ha vivido casi medio siglo, despeja su mente en el garaje y se pregunta si por fin su madre - ahora alma viajera - dejará de culparse por su amanerada realidad. Quizá ahora comprende que la existencia humana viene con su propósito. Si no fuera él quien fuera, los sonidos y las notas extraídas de esa delicadeza no existirían. Necesitaba las manos perfectas y la belleza como de una virgen pura.
Hoy su música recorre los pasillos y salones de un hospital psiquiátrico, como parte de un pionero proyecto experimental con enfermos depresivos. Al parecer el sentido de la vida y su armonía ha quedado plasmado en sus creaciones. Ahora se ocupa en recordárselo a quienes por diversas razones lo han perdido en el transcurso de la misma.



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