
Y de qué se puede esconder un niño – se cuestionaría ya de adulto. Pero en esa ocasión se colmó de imputable desnudez y deseos de fuga, mientras la fuerza del ojo irrumpió el silencio, persistiendo en el aire con una secuela de zumbidos.
Años después, sentado en la plaza una típica noche de pueblo, se le acercó un extranjero, hombre de carácter extrovertido, de vestimenta elaborada por alguna prestigiosa sastrería y una pequeña barbilla recortada con prolijidad. El recién llegado le comentó a propósito de nada, de los cambios climáticos que a veces se comportan tan volubles, de las nubes que en ese instante cubrían el cielo, y de ahí dio un giro inusitado al tema de las constelaciones y lo que representan para el hombre. Le habló por ejemplo del gran Aries – la cabeza del carnero – pionero y explorador impulsivo, abriéndose camino en la vida como líder, siempre en compañía de Marte – su regente – guerrero invencible de conquistas y supervivencia.
Después le comentó acerca de la Luna, que es madre y receptora de la energía solar – la conciencia divina – Es Luna del aprendizaje, del recuerdo y del inconsciente; reloj de vida, rigiendo las mareas, los fluidos de los seres vivos y otros líquidos.
El hombre se quedó junto a René varios años, quien a su vez recogió interminable información hasta aprender a dar lectura al cielo – el croquis de Dios según el extranjero– donde se encuentra dibujada la historia de la humanidad: como el nacimiento del hijo del Dios de los judíos, las grandes guerras, vidas ejemplares e inagotables sucesos pasados, presentes y futuros. El hombre le enseñó a René a develar de los astros, su propio diseño, aportando con su incesante vida de búsqueda, historia.
Un día, la partida del extranjero se hizo evidente. Se marcharía tras el rastro de una estrella que trazaba un recorrido de interés para el estudio.
Su amigo finalmente partió un día martes. A la salida del pueblo, le dio un abrazo cálido e intenso y se desvaneció bajo el estupor de su mirada triste.
René, después de un rato reaccionó, y advirtió que la búsqueda de esa estrella había tenido lugar hace poco más de dos mil años, - ¿con quién estudió entonces? - se preguntó. Y un ojo se abrió en el cielo como esa tarde en que jugaba con su ejército de guerreros invencibles.
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