viernes, 6 de febrero de 2009

EL EXTRAÑO

Sonaron las doce campanadas del viejo reloj ubicado en el recibidor de la casa. Esa noche, don Alonso se dedicó a mirar un rato un programa humorístico que transmitía un canal de televisión, aunque al parecer no lo suficiente para que en su rostro se esbozara alguna escuálida sonrisa, esa que casi nunca se desprendía de la amplitud de su boca. Decidió apagar el televisor entre comerciales, considerando que las propagandas inutilizaban el tiempo, lo cual le parecía imperdonable. Acto seguido cortó la luz del dormitorio y se arropó en su cama - como solía hacérselo su madre en aquellas noches de infancia -. A menudo, creía percibir aun en el aire su aroma y su respiración.
Después de cobijarse, cerró los ojos para hurguetear en su mente todas las anotaciones y resoluciones tomadas durante el día.
Su obsesión por el trabajo era, a su modo de ver, la mejor alternativa para un hombre viejo y sin compromiso. Mientras se ocupaba de tales pensamientos, don Alonso fue interrumpido con la llegada de su sobrina y su hija.
Paula se vino a vivir con su tío después de su divorcio. Dos meses antes había cumplido los treinta y siete años, edad en que según don Alonso, una mujer debiera haber comenzado el proceso de sentirse más plena y más segura de sí misma, (Andrea ya era más independiente de su madre) y el tiempo personal que alguna vez le fue escaso, ahora se le presentaba como un ofrecimiento que no se debía despreciar.
El tío dejó a un lado su revisión de trabajo y recordó a su sobrina descuidando sus necesidades al comienzo de la adultez. Como en esa ocasión que aceptó su primer trabajo para escapar de un padre autoritario, luego la idealización de su pareja - primera y última – al poco tiempo la llegada de su hija, las responsabilidades del hogar y su impostergable juego con la imagen... Sí, la imagen de la esposa incondicional, la madre abnegada y la dueña de casa perfecta. Don Alonso recordó a Paula desoyendo su espacio de mujer y cómo finalmente se desplomó con ese matrimonio y llegó huyendo de él a su lado. También vino a su memoria la operación de su sobrina hace un mes. Su falta de audición estaba alcanzando casi un setenta por ciento y su primer oído intervenido iba en plena mejoría. Una vez operada, ella le comentó que avistaba una gran posibilidad de sanarse. Para Paula, escuchar bien, estaba relacionada al pronóstico de su sordera interna en relación a su espacio personal. Don Alonso siempre tan racional y compuesto largó una inusual carcajada dejando a Paula sorprendida.
En eso, el hombre que permanecía absorto en sus divagaciones fue nuevamente interrumpido, ahora por un bulto que se introdujo en su cama.
- Pero qué es esto – dijo sobresaltado y se incorporó de un salto. ¿Andrea, eres tú? Acto seguido prendió la luz.
- No se asuste caballero, si no es para tanto – respondió la voz ronca del extraño.
- ¿Quién es usted y qué hace en mi cama? – arremetió Don Alonso, con el habla ahogada y temblorosa.
- Mire, quédese tranquilito mejor, que si estoy aquí, no es por decisión mía – respondió el visitante de oscuro aspecto.
- Y si no es por decisión suya, entonces quién lo mandó y todavía no me responde quién es usted.
- Oiga caballero, si estoy aquí es por esa insistente manía suya de representarse como un personaje de modales finos y afables, y que no son más que mera apariencia por supuesto. Mire usted, si se ha desgranado el seso y el cuerpo, tratando de obtener más de lo que la vida le tenía reservado.
- Eh, eh, eh – interrumpió Don Alonso, - detenga ahí su comentario, usted no sabe nada acerca de mi vida y fíjese en el modo en que me dirige la palabra, además, ni siquiera se porque le estoy contestando, así que hágame el favor de retirarse de la casa antes de que llame a la policía.
- Mire señor, déjese de simularse tan controlado, usted sabe muy bien que venimos del mismo fangal, así que será mejor que se acueste, que dentro de unos minutos no podrá mover ni una pestaña. Ya pues, no se me haga el difícil y métase a la cama, ¿desea saber o no qué hago en su casa? Cómo le decía, usted presionó estrujando las oportunidades más de lo que le correspondía. Por eso estoy aquí, vengo a pasarle la cuenta, ¿o usted creía que el asunto era gratis? No señor, así que hágase un lado, que me va a tener de invitado por un buen tiempo o hasta que el jefe mande.
Don Alonso se quedó pasmado, no daba crédito a la situación. Se deslizó con mucha cautela otra vez dentro de la cama, sin saber cómo escapar de ahí, qué hacer o decir. Ya acostado con el extraño, éste se apoyó sobre el dorso desnudo del hombre y se clavó con una presión insoportable. Don Alonso lo miró desesperado, con ojos suplicantes. En ese instante notó cómo el visitante comenzaba a amoratarse y estremecerse con la llegada de un brusco descenso en su aporte de oxígeno; una taquiarrítmia comenzó a aflorar hasta fibrilarlo, entonces, el extraño cesó de oprimirle el pecho y se desvaneció. Esa tregua inesperada, le dio tiempo a don Alonso para pulsar el botón de pánico que tenía instalado en su mesa de noche. A los pocos segundos también perdió el conocimiento.
Despertó varias horas después en un centro de urgencia, donde se le comunicó que había sido víctima de una angina de pecho y que tuvo suerte de sobreponerse al dolor, y avisar a tiempo. En ese momento descubrió quién era el misterioso bulto que se había colado a su lado, probablemente si él no lo hubiese mantenido alerta a fuerza de miedo y diálogo, no habría sido capaz de pulsar el botón de pánico.
Después de esa experiencia, don Alonso repetía una y otra vez a quién quisiera escucharlo, - Puede ser que esté paranoico, pero soy un convencido de que es posible conversar con los órganos del cuerpo; yo lo hice con mi corazón enfermo en su momento y él, me salvo la vida, aunque claro, no fui capaz de reconocerlo. Su sobrina lo escuchaba y lo miraba burlona... Ahora era ella quien se reía de él.



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