martes, 3 de febrero de 2009

AGUADA


Amaneció el día y los rayos chocaron con los pliegues de las cortinas que aún no eran descorridas. La atmósfera que permanecía sedante, se introdujo por debajo de sus párpados para adherirse con resistencia en los ojos, mientras ella seguía soñando entre sus sábanas llenas de flores y álamos, que al parecer fueron pintados como una acuarela. Y llegó el día, y sus ojos no lo reconocieron. Ellos se fueron tras las flores hasta llegar al centro de la cama y luego al rincón izquierdo. Ahí se escondieron entre un joroba de sábanas revueltas.
Y perplejos observaron a los dedos de los pies conversando con los álamos larguiruchos y después de un salto se subieron a las copas de los árboles para confundirse a ratos entre las ramas. De súbito, los ojos se inflaron como huevos de avestruz y contemplaron a los dedos desgajarse de los pies. De ahí se subieron sobre las hojas sueltas que iban revoltosas deslizándose con el viento, hasta llegar a posarse sobre las flores que reían a carcajadas de ellas.
Y los ojos, se fueron acercando sigilosamente y escalaron por las rodillas, mientras estas jugaban a ser amantes de unas margaritas, que permanecían girando sus pétalos sobre las rótulas.
Al fin los ojos se abrieron y vieron por la ventana a la luna, a las estrellas y desde la calle se escuchó un antiguo bolero. Aún faltaban varias horas para que el día amaneciera.


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