martes, 3 de febrero de 2009

BENDITA PATRULLA


En la calle Cinco Sur, se encontraba arrimado a la vereda, un bulto humano. Parecía ser uno, pero al llegar el bullicio de cada mañana, se abría brotando de él, una camada de pequeñas niñas que se separaban paulatinamente hasta quedar solo el cuerpo de un hombre pequeño.
La Juani y la Roberta conversaban acerca de su productividad y revolviendo sus bolsillos carcomidos de polvo y sueños extraían unas pocas monedas que contaban una y otra vez.
La Juani hacía pocos días había cumplido doce años y la Roberta tenía diez años con algunos meses. Ellas, entretenidas bajo los primeros rayos del sol, sacaban cuentas de las ganancias que el bulto les obsequiaba. Era, según las niñas, el pago justo por el trabajo nocturno en la venta de flores, y de algunas caricias recibidas por las manos de indeseables dispuestos a pagar una carne tierna.
Las niñas tenían tantas ilusiones. Recordaban con cierta frecuencia algunas escasas imágenes escondidas en un pasado borroso y traían a sus recuerdos voces que se introducían por el mundo de las hadas y los príncipes. Pernoctaban aún en sus oídos historias tortuosas, llenas de dragones, gnomos, brujas y los siempre heróicos príncipes, aquellos combatientes invencibles por sus jóvenes cenicientas que las llenarían de felicidad.
La vida real por suerte era generosa con ellas, no había que lidiar con los tan temidos monstruos de fauces encendidas, ni sufrir aquellos encierros eternos. La calle era hogar, comida, lazos de apego en torno al cuidado del bulto humano que ofrecía calor y sustento.
-¡Flores caballero, flores para la dama!-
-¿Tendrá una monedita? ¿Quiere una flor para la señora?-
Casi siempre al caer la noche en la vereda del frente, se paseaban las mismas tres mujeres con sus faldas cortas y sus blusas arremangadas hasta el escote. Hacía ya varios años que habían cruzado la independencia y la calle; la vereda del frente era territorio de mujeres adultas, ahí se ejercía talento y alguna comisión al bulto. Caminaban y se miraban las uñas ocultándose entre postes de alumbrado, tras viejos arboles y la oscuridad. Mientras, desfilaban automóviles de diferentes formas, tamaños y precios. Con suerte llegaban pronto a algún acuerdo y la vereda quedaba vacía.
Otros días, alguna patrulla de turno hacia limpieza general y aquellas afortunadas noches los vecinos quedaban satisfechos. Las señoras podían sentirse entonces más tranquilas. Los niños salían a buscar a sus amigos y se producían caminatas familiares. Las niñas aprovechaban de andar en bicicleta. Es que esos días el cielo se veía mas limpio y el smog parecía haber disminuido notablemente. Las flores se iluminaban como nunca con las luces de automóviles y faroles. Algunos ancianos salían a regar el antejardín, los perros vecinos perseguían a una perra en celo y las jóvenes parejas miraban los astros. Al parecer una estrella fugaz se presentaría entre abrazos y besos para guardar en silencio un deseo.
La Juani y la Roberta dormían esos días de patrulla bajo un techo, saboreaban nuevos alimentos y con suerte se bañaban y lavaban el pelo. En ese lugar, junto a sus compañeras comentaban la historia contada por las tres mujeres adultas: “Acuérdense chiquillas de la profecía de la mujer callejera: cuando en su camino se detenga un vehículo azul con franjas verdes en los costados, junto a él, llegará una vida llena de placer, amor y lujo, así que hay que estar alerta, no vaya a ser que se nos pase la vida en esto”. A las niñas se les salían los suspiros, y esas noches soñaban con su príncipe protector como esos de cuentos de hadas.


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