lunes, 9 de febrero de 2009

FRANCISCO DE LA CARRETERA

Era de madrugada, tenía mis manos somnolientas, pero ahí estaba, con la vista de frente a la computadora portátil escribiendo para compartir letras, comas y puntos de mi último cuento. Me encontraba recostado junto a mi amigo Word, en mi hamaca de verano. Cuantas historias soñé en ella, durante el descanso de incontables tardes estivales junto a una copa alargada con algún engañito para el cuerpo.
El farol que alumbraba sobre mi cabeza había llamado mientras tanto a un abanico de diminutos voladores, pero el repelente de insectos los mantenía a cierta distancia.
Y comencé a teclear así:
- Atardecía en la carretera, los automóviles aceleraban la marcha para llegar a sus destinos antes de que el calendario sumara otro día. Rodolfo conducía junto al ritmo febril de una música carnavalesca, mientras iba recordando el encuentro casual con su jefe en la estación de servicios a la salida norte de la ciudad. Cruzaron tres o cuatro frases, las suficientes para darse cuenta de que eran dos perfectos desconocidos fuera del espacio laboral. Rodolfo sabía tan poco de él; sólo a través de comentarios esparcidos por los pasillos que se originaban en algunas bocas venenosas y que se ocultaban tras forzadas sonrisas, cuando el hombre hacía acto de presencia. Y es que no muchos lo miraban con buena cara, sobre todo cuando decidía tirar proyectos de excelente calidad artística al tarro de basura; era importante que el material fuese solamente rentable. Mientras tales pensamientos ocuparon su mente, se fue acercando a una punta de diamante donde estaba el viraje que conducía a su casa. Un tumulto de campesinos distrajo entonces su atención hacia la berma. Disminuyó la velocidad a tal punto, que le fue posible recorrer en detalle un hombre desangrado en la orilla del camino. Finalmente se detuvo y descendió para ofrecer algún tipo de ayuda. Se acercó morbosamente para observar a ese ser que parecía haber sido devorado por unas mandíbulas salvajes y una corriente espeluznante le recorrió de pies a cabeza. En ese instante reaccionó y se inclinó para asistirlo. Al momento fue sorprendido por un joven con un maletín en mano, al tanto que comunicaba su profesión de paramédico. El joven revisó sus signos vitales, luego se limitó a mover la cabeza y desapareció. Al verlo abandonado, Rodolfo comenzó a buscar en sus pertenencias algún papel que le permitiera sacarlo del anonimato. Una campesina que lo había estado observando desde cierta distancia se acercó tímidamente para comentarle que el hombre era un vecino de la zona y que se dedicaba a recorrer los campos contiguos al suyo desde ya varios años. Mientras ella le conversaba, Rodolfo terminó con su desagradable tarea encontrando sólo una boleta de una panadería vecina. Le echó el último vistazo y pensó “ cómo puede morir así un hombre y ser un NN. para el que lo mira, es claro que nadie elevará una plegaria el día de su muerte”. Y se quedó pensando en ello. Gatilló aquella escena el recuerdo de un nombre que de niño le gustaba mucho, él creyó durante largo tiempo que sus padres se habían equivocado al ponerle Rodolfo. – Bien – se dijo, - te llamaré Francisco, Francisco de la carretera - Y en ese lugar el hombre elevó una plegaria. Luego se subió a su vehículo, lo puso en marcha mientras miraba por el espejo retrovisor cómo se alejaba de su vista, aquel momento fúnebre que acababa de compartir con Francisco. Llegó al rato a su casa de descanso, ordenó sus ropas y se fué caminando entre los pinos del lugar. Después volvió a recostarse sobre la hamaca a dormir un rato. Estaba aún sobreexcitado, necesitaba reponer su estado de ánimo.

Según recuerdo, la última idea de mi historia que alcancé a teclear fue: “ A Rodolfo le angustiaba saber por donde andaría su recién bautizado, todo había sido tan rápido para él, tal vez no entendió nada “.
Ya estaba amaneciendo y salí a caminar para despejar el cansancio y las ideas que aún permanecían en vigilia. En las cercanías colindantes a mi casa tropecé con un gran número de campesinos. Como no tenía intención de cruzar palabras con ellos regresé a mi casa.
Al llegar, decidí incorporarme en los escritos, antes recorrí con la mirada mi terraza, todo estaba en orden, las sillas seguían apiladas junto a la mesa, el macetero aún seguía arriba del cajón de frutas, mi computadora portátil permanecía prendida y guardando la producción de mi último cuento sobre la hamaca. De pronto, mi visión tomó conciencia de la dimensión que habían adquirido los objetos. Todo me pareció distante, hasta que miré el suelo, en él que había una posa de agua y en ella se reflejaba una imagen... Francisco de la carretera, era yo.


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