viernes, 6 de febrero de 2009

EL MUNDO DE ISOLINA

Detrás del escritorio, permanecía sentada la señorita Isolina. Mujer con una reputación laboral intachable, y una celebridad en la evasión de problemas. Ella perdía su timón ante cada frustración que la vida le ponía al frente.
Don Gerardo, su jefe, lograba intuir algunos de sus miedos, pero también era capaz de reconocer a la mejor contadora que hubiese tenido la empresa. La complicada paradoja le obligaba a privilegiar su trabajo y esos estratégicos balances, aún sabiendo que tenía enfrente a una mujer que encapsulaba su personalidad en el conocimiento, quedando una porción oculta a la propia conciencia. La poca permeabilidad de su subconsciente le permitió sólo una identidad a medias.
Esa mañana a la contadora le surgió un traspié insospechado. Por aumento de trabajo, se contrató una nueva colega con quien tendría que compartir su espacio laboral. El ingreso de Fabiola trajo vitalidad juvenil y conocimientos actualizados.
La señorita Isolina, intimidada por tanta modernidad, descuidó su quehacer, víctima de su flaqueza emocional y optó por entregar información errónea que llevó a la joven a equivocaciones que le costaron el puesto en corto tiempo.
La contadora quedó satisfecha con el despido de la joven. Se le hacía imposible trabajar en grupo. Ella se percibía a sí misma desde el reconocimiento de su trabajo individual; compartirlo, era dividir aún más su precaria estabilidad. En definitiva, otras personas sólo representaban una sombra y una amenaza. Su seguridad se mecía desde su postura aislada junto a su profesión de cálculos y cuentas.
A los quince días la empresa dispuso de un nuevo contador. Un hombre de mediana edad y con una vasta experiencia laboral.
La señorita Isolina se encontró nuevamente enfrentada al problema, y pensando que sería difícil repetir el engaño apenas llegó don Patricio ella renunció.
Desde esa fecha la mujer no volvió a encontrar trabajo, la edad fue sin duda su mayor impedimento. Sus sentidos se bloquearon al enfrentarse a su caótica interioridad, y en ese revoltijo de emociones llegó inevitablemente la depresión. Hoy Isolina vive sedada en una clínica psiquiátrica pagada por un sobrino. Según dice su familia, ella no está apta para vivir en el mundo.








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