miércoles, 11 de febrero de 2009

JEANS DESTEÑIDOS

Las habitaciones quedaron ausentes y como cada día de labores, el silencio rondó la casa hasta entrada la noche.
Parecía ser que las pisadas maduras se fugaban del hogar quedando omisas a cualquier decisión, hasta llegar a tiznarse de fragilidad fantasmal. Ésta llenó cada espacio de vacío y se convirtió en el compañero desde hace bastante tiempo, de unos años juveniles y crespos.
La muchacha se acicaló las uñas para darles un barniz negro, se puso su colección de aretes, esperando la irrupción de un nuevo orificio, y así reorganizarlos de nuevo. Sin el juego de esta pequeña variación, los jeans desteñidos y ajustados a sus estrechas caderas, no lucirían tan bellos. Todo este conjunto logró su mayor realce uno de esos días en que vistió la blusa a cuadro tipo vaquero.
Al comienzo de esa tarde, se escuchó un golpe de cuadernos que cayeron en el suelo con ligereza, la casa se remeció con un eco y salió de su mutismo. El colgajo de llaves tintineó y la joven, recogió sus cosas y atravesó la puerta. Ella, igual que siempre llegó con las nauseas de su mundo y se apresuró a escupir los miedos, esos que permanecían recostados en su vida llena de económicos diálogos. Subió los fríos escalones de mármol, hasta llegar al encierro de una habitación. Ahí apareció nuevamente la decidida visión enjuta. El espejo que colgaba tras la puerta se convulsionó artificialmente al compás de la muchacha, que aún permanecía inerte con los dedos introducidos en su garganta. Momentos después, la joven se limpió la boca con una de las mangas de su camisa a cuadros y cesó el último espasmo, mientras se vislumbraba desde el espejo, el macabro reflejo de una juventud que se apagaba cada vez más, en el indolente silencio de la casa.
Y tú, ¿dónde estabas?


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