sábado, 7 de febrero de 2009

EL PAYASO

La carpa del circo ha sido instalada en un sitio eriazo, vecino a la feria de entretenimientos.
La boletería permanece abierta ante un escaso público, y Simón, el payaso, vende unas pocas entradas, mientras piensa cómo las personas han olvidado su sentido de diversión. En cada gira se hace más evidente la decadencia del circo y él no logrará contrarrestar esa realidad.
El hombre siente gran impotencia, ¿cómo explicar que lleva impreso el traje de tony en su corazón? Él, ha nacido para ser estrella itinerante y desde niño se ha vestido con lágrimas ocultas y sueños coloreados para llenar de risas el espectáculo. Así es Simón, el más joven de su rubro, reflexivo y sensible, también el más dicharachero de los payasos, un experto en gestos y ademanes, reflejo de su auténtico talento. Dadas sus múltiples capacidades, ha sido honrado con el apodo “el suple”, por su versatilidad y excelente disposición para rellenar cualquier rutina que esté desierta. A ratos, se le ve como malabarista o arriba de un trapecio volante. Entre actos, se pasea por las galerías vendiendo diversidad de chucherías para los regalones del hogar. Ahí se encuentra cara a cara con los grandes y los pequeños espectadores. El payaso los observa desde su traje de retazos colorinches y sonríe ampliando su boca que dibuja una mueca. En esos momentos, Simón se pasea con el orgullo de un artista, y la pobreza queda relegada para cuando acabe la función.



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