lunes, 9 de febrero de 2009

HOJAS DE COCA

Se juntó aquel grupo de campesinos, que como cada amanecer quedaba bajo el mando de Don Simón, listo a recibir instrucciones de una nueva jornada. Al retirarse del lugar, los hombres emprendían otra vez su ardua tarea, entre el calor y la humedad ambiente. El trabajo era dividido en varias cuadrillas, ubicadas en los diferenciados escalones de la ladera oriental de los Andes, para recolectar la abundante cosecha.
Las plantaciones de coca gozaban de una tierra extraordinariamente fértil y los indígenas se perdían con sus cabezas y espaldas gachas, entre pequeños arbustos de no más de un metro de altura. De vez en cuando, era posible oír alguna voz jadeando en quechua. Las cholas trabajaban a la par con los hombres cargando a sus bebés sobre las espaldas; ellos eran adheridos a sus madres con unos vistosos paños confeccionados por ellas mismas. Esa mañana al terminar la inspección de la zona, don Simón ultimó algunos detalles con cuatro campesinos de confianza. Después se fue rumbo a su hogar, a encerrarse en su despacho. Al llegar, dedicó varias horas para evaluar las posibles ganancias de una gran venta al exterior. Una vez terminado su análisis, se dirigió a la sala contigua para ver un espacio político que era retransmitido por un canal de noticias internacionales. Se trataba de una nueva cumbre latinoamericana. El tema en debate hacía referencia a nuevas estrategias de control, un frente al creciente narcotráfico de un estado que nuevamente sufría recortes para gastos sociales. El país cada vez se endeudaba más con los bancos internacionales y los costos, como siempre, eran asumidos por el pueblo. El asesor de gobierno - señor Castañeda Villares – era el encomendado de informar a los representantes de las diversas naciones, la compleja situación de su patria y el aporte de divisas que significaba el narcotráfico para un país prácticamente quebrado. Mientras él intervenía con sus comentarios cargados de moralismo e impotencia, se proyectaba al mismo tiempo material de apoyo, - imágenes de indígenas masticando coca con cal para soportar mejor la hambruna y la desesperanza -. Junto a los adultos – declaró el asesor - recolectan coca centenares de niños, sin ningún acceso posible a la educación primaria.
Don Simón observó las imágenes con auténtica indiferencia y después de un largo bostezo, apagó el televisor. Se fué al closet de su dormitorio para quitarse su atuendo campestre y remplazarlo por un traje elegantísimo. Enseguida, se encaminó a su Mercedes Benz y el chofer le condujo rumbo a la ciudad, en dirección a un lujoso hotel de una de esas famosas cadenas internacionales. Allí estaban nuevamente las luces de las cámaras de televisión, enfocando al recién llegado. El hombre descendió del vehículo, los periodistas lo acecharon disputándole la palabra, -¡Señor Castañeda Villares! – Intervino una mujer- ¿qué opina usted de la exportación ilícita de estupefacientes y la falta de una conducción más enérgica frente a los crecientes problemas sociales?- Don Simón, sonriendo, le contestó -¡ En eso estamos trabajando. Es indispensable frenar la intensa corrupción que nos aqueja y concretar la redistribución de los recursos con mayor equidad. Así lograremos brindar mejoras a nuestro dolido pueblo! - La muchedumbre rodeándolo, le gritó -¡Arriba Castañeda, fuera el Presidente! Y se escucharon nuevamente esos interminables vítores y aplausos que lo acompañaban en cada una de sus presentaciones públicas.


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