sábado, 7 de febrero de 2009

EL KIOSQUERO

En la esquina de la calle La Merced, donde cada transeúnte le da inicio o término, reaparece al amanecer el hombre canoso, el que dirige el recodo con sus miradas, su palidez inerte y ese cigarrillo barato en mano. Llega de madrugada para abrir su pequeño boliche de metal, aquel que en su interior anida espacio para un solo taburete - forrado artesanalmente con franela- y unos cuantos arrimos de madera adosados al frío o caliente metal según la temporada. Por la cara externa del quiosco, la rodean cables con perros de ropa donde Lucho cuelga sus esperanzas y economías del mes, tapizados de diarios y revistas que el hombre deletrea a tropiezos, mientras las imágenes de las Venus desnudas se intercalan sin dificultad por sus ansiosas retinas y le entretienen las horas de espera, hasta que alguna voz rompe el silencio de la rutina. Y el quiosquero se posesiona otra vez de la calle para ofrecer productos a cambio de monedas o billetes, que van a dar a un tarro vacío de leche. Al rato enciende la radio a pilas, pero está pensando que es mejor colgarse al tendido eléctrico. Así economiza hasta que lo sorprendan, y quizás más tarde vuelva a intentarlo, porque si algo tiene claro es que cada peso que él ahorra, sirve para llenar la olla con que alimenta a esa pandilla de niños que lo espera en casa. Mientras piensa en sus hijos, sueña con poner una cadena de quioscos para cuando ellos crezcan. Será una empresa familiar y él será la cabeza que administrará por su vasta experiencia. Llegada la noche, guarda toda su mercancía en ese espacio egoísta y cierra con un candado puerta y ventana. Cruza a la otra esquina, donde un bus lo lleva a casa a cuadrar los gastos del día. Se acuesta cansado y sigue soñando con su empresa familiar.



DERECHOS RESERVADOS

No hay comentarios: