jueves, 19 de febrero de 2009

LA BAÑERA REDONDA


Era verano, el calor se hacía insoportable, mientras Renato se refrescaba en una bañera redonda. Ahí dejó que su cuerpo se diluyera en el agua con libertad, aunque su mente recorría sin tregua las obligaciones cotidianas que acapararon la totalidad de su tiempo. Tantos años de estudio, exceso de trabajo y una responsabilidad asfixiante lo acobardaba en sus secretos más íntimos.
La familia siempre le exigía un sueldo el veintiocho de cada mes; y no podía haber contratiempo. A su mente no le era permisible un derecho a vacaciones. En su campo laboral, el mundo dependía de él. Si hubiese existido un momento de distracción, otro habría ocupado su puesto. No quedaba espacio para los sueños y la fantasía, para el poeta o el místico. El tiempo se desgastaba entre papeles, llamadas, citas, estrategias y de vez en cuando un abrazo sexual a su mujer, en seguida un beso, media vuelta en la cama y un “buenas noches, tengo sueño”.
Así transcurrían las horas y los días.
En un pabellón de parto de ese intenso verano, una joven mujer gemía.
- Puja niña - dijo una experimentada matrona, - puja, puja, que ya viene. ¡Pero si es un niño! – Y se escuchó el llanto de un recién nacido.
-¿ Y cómo se llamará tu hijo?
La joven mujer le contestó con la voz aún muy débil – Renato, Renatito- y entonces lloró junto a su niño recién parido, que desde su primer respiro comenzó el olvido de su tibia bañera redonda.



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