jueves, 5 de febrero de 2009

DISGREGADOS


Josefa se fija al realizar su viaje diario por la estación del Metro en esas caras compulsivas que hacen del entorno una atractiva vitrina. Se fija en las miradas que se cruzan y huyen esquivas para dirigirse a un infinito ficticio, se pierden en una pared o en un letrero que no se ve ni se lee. Observa entonces los rostros mezquinos de sonrisas y miradas que también vitrinean pero de reojo y así no son atravesados por otras pupilas, que al igual que ellas, recorren los cuerpos a escondidas.
Y Josefa advierte cómo llegan los pensamientos, agudos, descorazonados, para quitarle al otro hasta la sombra si es posible. Las muecas que parecieran reírse delatan con sus comisuras los labios congestionados. ¿No será que llegó la envidia? Nadie la ha convidado, pero de igual modo aprisiona y encuentra. El deterioro de la vida se escapa en pedazos en medio de los pensamientos encorvados, disgregados de ternura. Y el viaje en Metro y los rostros son la misma cosa; hojas, miles de hojas de antecedentes de esas miles de miradas. Lo más seguro es que estén blancas de sueños no realizados, de formas no trazadas, de amores estrechos y Josefa se da cuenta que es tan difícil hacer esos recorridos en Metro, mejor es bajar la vista y llegar pronto a su destino.



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